Algunos de nuestros lectores saben que este libro nació asociado a un seminario que suma, mientras se escriben estas paginas, tres años de funcionamiento. Sabemos que por ello que esta ley disonante ha generado en varias ocasiones una enorme contrariedad entre los asistentes, contrariedad intensa y a ratos sorprendente a decir verdad.
Muy probablemente la eficiencia es un valor de época. Como si no mirásemos la naturaleza, nos preocupamos mas de hacer gastando poco que de la importancia de lograr lo necesario. Un árbol produce miles de flores para producir cientos de frutos, de los cuales sólo unas pocas decenas llegaran a ser apetitosos. Imagino una proporción así a punta de haber tenido durazneros en mi casa de niño. Nadie puede pararse frente al árbol, esto es lo importante, y decirle que es poco eficiente porque genera muchas flores que no llegan a ser frutos. No solo porque la escena es ridícula, sino porque la fuerza de la fertilidad está en la capacidad de producir mucho para lograr unos pocos ejemplares fuertes, aptos para satisfacer el desafío implícito. Pero los eficientistas quieren otra cosa: hacer lo mismo con menos o invertir lo mismo y ganar más.
Obsesionarse con las eficiencia es bastante antinatural. Como vivimos en un ambiente relativamente artificial, como estamos convencidos de una ilimitada capacidad de alterar las forms de operación de todo lo que nos rodea, nos imaginamos que el valor de la eficiencia puede ser capaz de generar un nuevo mundo o al menos una nueva manera de hacerlo. Y claro, la eficiencia es útil, no es necesariamente desdeñable, no es irrelevante. Pero habra que decir que la eficiencia no es poderosa. El poder está en la eficacia, porque la característica principal del poder es que "puede". Es simple y argumentalmente liviano: el poder puede.
Un objetivo importante, si se ha declarado como tal y se acepta como misión esencial debe ser conquistado. Pero resulta improbable que misiones relevantes se conquisten con eficiencia. Si una misión es importante, suele serlo porque su conquista supone un cambio cualitativo, porque modifica la configuración del poder en un escenario determinado. Álguien puede imaginar que sera fácil? Álguien pensará que se puede diseñar un mecanismo que haga liviano el paso de una etapa a otra?
El famosísimo general Pirro ha pasado a la historia por la frase "otra victoria como esta y volveré solo a casa". Esta frase la dice Pirro después de la batalla de Heraclea. La explicación que hemos dado sobre el cambio cualitativo y no solo cuantitativo de una batalla queda muy reflejado en este caso: este triunfo militarmente doloroso, con muchas perdidas de soldados, le permitió dar un ultimatum a Roma y conseguir que se sumaran a su bando brucios, lucanos y samnitas, pueblos relevantes de la época y cuyo apoyo incremento enormemente la influencia política de Pirro. Sus diarios tienen decenas de frases como esta. Eran frases irónicas consigo mismo, burlándose de las ingentes dificultades que había vivido para conseguir un objetivo. Pero hay que tener cuidado. Si bien Pirro paso a la historia por la genialidad de estos comentarios, en términos reales fue uno de los generales mas importantes de la historia de la humanidad, un gran triunfador en sus misiones militares que, sin embargo, no lograba ser eficiente y ello se resentía en sus tropas, pero ellas volvían a ganar la siguiente batalla. La denominación victoria pirrica en realidad esta muy mal utilizada porque suele referir a un triunfo que ha dejado a las propias fuerzas sin capacidad de volver a luchar. Nada mas lejano a la realidad de Pirro, quien fué el único rey de Epiro (pequeño reinado al noroeste de Grecia, cuyas costas miran lejanamente la bota itálica) que dio fama y gloria a su reinado. Ni antes ni después de Pirro, habrá que reconocerlo como lo hace Montesquieu, el Epiro logró nada relevante.
Pirro triunfo repetidamente sobre Roma, gobernó Sicilia y dos veces Macedonia. Y sus errores fundamentales no fueron militares, sino tácticos. Pirro falló en la comprensión metafísica, desestimaba posibles acuerdos en momentos de alta tension y dificultad. Aunque cumplía a la cabalidad la ley que estamos comentando, también hay que decir que incumplía la ley que obliga a dejar la pasión de lado.
Significa todo esto que la eficiencia no importa? Para nada. significa que la ausencia de eficiencia solo puede resolverse con eficacia. La ineficiencia no es un valor, pero tampoco es tan valiosa como la entendemos hoy. No olvidemos que la humanidad ha estado dominada por una visión de las sociedades como mercados en las últimas sociedades como mercados en las ultimas décadas y, sumidos en esa visión, nos convencemos de que la eficiencia es fundamental. Por supuesto, porque el valor central de un comerciante reside en el costo, cuyo aumento supone necesariamente la ausencia de éxito. Pero el poder funciona de otra manera.
Un informe liderado por Joseph Stiglitz en 2008, a solicitud del presidente de Francia de la época Nicolas Sarkozy, señalaba la importancia de moderar el tamaño de los bancos privados en cada país, ya que el poder de esos bancos se hacía enorme en la medida en que eran demasiado grandes para quebrar. Esos bancos, que perdían mucho dinero y requerían permanentemente del salvataje del Estado, resultaban ser socios del interés general en las pérdidas, pero eran propiedad privada en las ganancias. Su eficiencia no era importante, lo que importaba era su poder. Y solo han sufrido mermas importantes cuando su legitimidad es tan baja que también su poder se resiente.
Mario Puzo relata que Vito Corleone cimentó lo que el autor denomina su exagerado concepto de amistad "...cuando, dado que era inevitable que alguno de los camiones fuera detenido por la policía, Genco Abbandando contrató los servicios de un abogado my bien relacionado en el Departamento de Policía y los juzgados, Vito Corleone hizo confeccionar una lista, que crecía sin cesar, de funcionarios estatales que mensualmente recibían una gratificación de parte de la organización. Un día que el abogado trató de reducir la lista, alegando que las sumas a pagar eran enormes, Vito le dijo:
- No, no. Cuanto más larga sea la lista, mejor; aunque tengamos que pagar a hombres que de momento no nos sirvan de nada. Creo en la amistad, y quiero, primero, hacer gala de ella.
Con el tiempo, el imperio fue creciendo, la lista se hizo más larga y el numero de hombres que trabajaban directamente para Tessio y Clemenza aumentó de forma considerable"
Toda la discusión se centra en la siguiente polémica, que en rigor no tiene ninguna sofisticación: hay quien se pregunta cómo estamos invirtiendo en la acumulación de poder, cómo no estamos invirtiendo en la eficacia. He aquí todo el punto, Y esta ley es clara. Si la vida es cruel y hace que tengamos que elegir entre la eficiencia y la eficacia, elige la eficacia. Por supuesto, el idea es no tener que elegir.
Maquiavelo decía que lo ideal era ser amado y temido, pero que claramente entre ambas cosas no siempre van juntas, y en ese caso es mejor ser temido porque el temor depende de uno mismo y el amor, en cambio, depende del resto. El dilema aquí es parecido. La eficiencia es un modo y como tal tiene valor, pero es una forma de operar que supone evitar el uso intensivo de herramientas y medios con la intención de minimizar los gastos, las pérdidas de energía y otros aspectos que suponen una carga a quien ejecuta una tarea. Y está muy bien tratar de responder a este requerimiento. Pero si nos hemos propuesto una misión que entendemos importante, que sabemos que su consecusión supone un cambio cualitativo en la posición en el espacio social, entonces desatender esa acción porque es poco eficiente resulta absurdo. Por supuesto, si el acto ineficiente termina siendo además ineficaz, la derrota será total, irrefutable y, por si fuera poco, irremediable. No cabe ninguna duda de ello. Por eso, cuando se toma la decisión de ir por la eficacia en contra de la eficiencia, entonces se entiende que se ha llegado a un puesto límite donde lo único que sirve es ganar.
Hoy vivimos un desafío enorme como humanidad: todo indica que la época de un colapso ambiental, en una versión dramática o de una manera paulatina (aunque veloz), está por venir. Ante ello, muchos países se felicitan a sí mismos por el gigantesco logro de reducción de emisiones de carbono o por los importantes avances en materia ambiental. protegiendo océanos o bosques. Indudablemente esos cambios son reales. La pregunta que no se puede responder es si esos cambios, que demuestran la enorme eficiencia de la gestión climática, permitirán realmente, a ese ritmo, evitare colapso.
De qué sirve que lleguemos a veinte años más o cincuenta años más y nos felicitemos por lo eficientes que hemos sido en las últimas décadas, logrando cambiar radicalmente la cantidad de emisiones, si de todos modos el colapso ocurrirá? La verdad, esa es una victoria moral irrelevante. No puedo dejar de recordar eso directores técnicos de equipos de fútbol que explican que ha sido subcampeones pero que con ese puntaje habrían sido campeones en siete de los diez últimos años. O aquellos que han descendido a la división inferior y explican que con esos puntos obtenidos no habrían descendido nunca en una década, salvo este año. Esos argumentos, evidentemente, no resuenan como una mala broma. Porque la historia está hecha de eficacia, no de eficiencia.